GVS MELODÍA

NUESTRA MELODÍA: MARCO DE REFERENCIA

 

We are in the

Estamos presenciando un enorme cambio histórico y cultural marcado por el fin del periodo secular surgido con el humanismo y la ilustración intelectual del siglo de las luces. La mayor parte de nuestros conocimientos, representados por nuestras instituciones, son el producto de esta ilustración, y por tanto no van más allá del presente ni nos muestran un camino hacia el futuro.

Creo que ha llegado el momento de plantear a este mundo secular algunas de las preguntas más urgentes y difíciles. Por ejemplo, ¿todavía tienen sentido nuestras vidas? Si no, ¿cómo encontramos ese sentido? Y, una vez encontrado, ¿cómo decidimos expresarlo?

La vida, nuestra vida, está cambiando a un ritmo sin precedentes que se escapa a nuestra comprensión. Lejos queda todo aquello de lo que estábamos seguros, lo que nos deja con muchas preguntas pendientes; pero también con una nueva libertad.

Las instituciones, las organizaciones, las multinacionales, las fundaciones… Todas ellas se han quedado obsoletas, se han quedado sin nada que decirnos sobre nosotros mismos, sobre la forma de hacer frente a los distintos tipos de crisis (financiera, institucional, social, política, psicológica, de identidad, etc.). ¡Crisis que, en realidad, son sólo el reflejo de la pura crisis espiritual!

“We are not human beings having a spiritual experience. We are spiritual beings having a human experience.”

Pierre Teilhard DE CHARDIN

El mundo está dominado por la inestabilidad, la incertidumbre, la desorganización, la angustia y el miedo.

¿Nos han liberado, realmente, las ideologías que preconizaban la «liberación» (política, económica, ciencias naturales, lógica y razón)?

¿Estuvieron a la altura de sus expectativas? ¿Cumplieron sus objetivos? En teoría, la política iba a liberar a las personas; la economía nos iba a traer un mundo mejor; la ciencia y la razón acabarían triunfando por encima de la sinrazón…

Pero, ¿qué consiguieron realmente? ¿Qué llevamos viendo desde hace siglos?

El fascismo totalitario como un subproducto del socialismo, la represión, el sometimiento, la matanza y la tiranía…

El liberalismo occidental dio lugar a industrias gigantescas, a la globalización, al consumismo descontrolado e irracional, a la desigualdad social y la explotación, a violaciones de los derechos humanos, a la explotación infantil, al materialismo cultural, a la contaminación, a la profanación del medio ambiente y la desacralización de la naturaleza.

Y seguimos engañándonos a nosotros mismos y a los demás, argumentando que todos estos abusos son las consecuencias inevitables de la «evolución».

¿Acaso estamos diciendo que la inhumanidad es un requisito previo a la humanidad?

Visto desde otra perspectiva, ¿no necesitamos ir más allá de lo humano para descubrir un mundo más humano?

Paradójicamente, puede que sea precisamente lo transhumano, lo transcendental y lo espiritual lo que nos traiga la liberación, la justicia y el bienestar que todos buscamos desesperadamente.

¿Acaso no significa el bienestar satisfacer las necesidades de todas las personas? ¿Satisfacer no sólo sus necesidades comerciales y de consumo, sino también sus deseos, esfuerzos y aspiraciones que no pueden valorarse en términos económicos: dignidad, paz, seguridad, libertad, educación, salud, tiempo libre, la calidad del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras?

La política imperante se aferra desesperadamente a estructuras de poder anticuadas y completamente obsoletas y a conceptos desfasados que no consiguen proporcionar una visión de conjunto capaz de inspirar a las personas y ayudarlas a crear una sociedad mejor, una vida en común mejor.

Cada vez está más claro que el pensamiento político ha fracasado estrepitosamente.

Se trata de una paradoja inquietante que, habiendo alcanzado la cúspide del desarrollo material y tecnológico, nos encontremos a la deriva, confundidos, consumidos por el miedo, con tendencia a la depresión, preocupados por nuestra imagen, por la imagen que los demás proyectan sobre nosotros, cada vez más aislados, inseguros e inciertos sobre nuestras amistades, intoxicados por un consumismo superfluo, sin prácticamente ninguna vida en comunidad.

Con todas las aplicaciones de los medios sociales, ¿dónde ha quedado el verdadero contacto social abierto, relajado y emotivo? ¿Dónde está la satisfacción emocional que todos ansiamos?

¿Cómo es posible que, a pesar de tener niveles de riqueza y comodidad sin parangón en la historia de la humanidad, hayamos generado tanto sufrimiento mental y emocional?

¿No será que nuestros sistemas de valores han fracasado, que no funciona nuestro estilo de vida consumista, nuestro deseo irrefrenable de crecimiento, que durante tanto tiempo se ha considerado como el motor del progreso?

¿No ha llegado la hora de activar el otro mantra de nuestro tiempo, el cambio?

La buena noticia es que las personas (jóvenes) de todo el mundo están ávidas de un cambio verdadero y desean encontrar soluciones positivas a la multitud de problemas a los que nos enfrentamos.

No obstante, lo que se necesita no es un cambio a la ligera, somero y superficial como los que comúnmente se adoptan bajo el lema de la sostenibilidad.

En 1987, Gro Harlem Brundtland hizo un llamamiento a favor de una «agenda mundial para el cambio», de cuya formulación se encargó la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. Había nacido el concepto de desarrollo sostenible.

Desde entonces, la sostenibilidad ha dominado la agenda política mundial.

Sin embargo, la verdadera sostenibilidad exige un cambio, una transformación de nuestros valores fundamentales; nos exige que adoptemos una postura esencialmente contracultura y revolucionaria.

Para ello se necesita un cambio fundamental desde lo más profundo de nuestro ser.

Posiblemente, uno de nuestros mayores desafíos sea concienciar a las personas de que, cambiando su comportamiento y liberándose de su condicionamiento y de su propia imagen, tienen la oportunidad de explorar un territorio completamente nuevo: el reino de su corazón, su alma y su espíritu.

Es esencial por tanto que se produzca un verdadero cambio de nuestro sistema de valores.  Un cambio que implica que modifiquemos no solamente nuestra forma de hacer las cosas o la forma en que percibimos las situaciones cotidianas, sino los valores que determinan el que hagamos las cosas que hacemos y vivamos las situaciones como las vivimos.

Para cambiar realmente, afirma Luc de Brabandere, necesitamos experimentar dos cambios: no sólo hemos de cambiar las cosas, sino también la forma en que vemos las cosas.

¡La clave es cambiar nuestra percepción!

Al hacerlo, la innovación se convierte en la capacidad de las personas de cambiar la realidad, y la creatividad en la capacidad de estas personas de cambiar la percepción de la realidad.

¿De verdad nos hemos quedado sin respuestas?

¿No es hora de dejar atrás la situación de absoluto vacío en la que vivimos, y a la que llamamos sociedad, una situación en la que cada día tenemos menos confianza, para ir más allá y entrar en una nueva era, una era que significa literalmente ética, responsabilidad y acción?

¿No es hora de superar esta cultura posmodernista de racionalidad exacerbada definida por una fragmentación nihilista, por la duda, la deconstrucción y el egocentrismo?

La situación cultural actual está pidiendo a gritos que individuos de todo mundo trasciendan la visión fracturada del posmodernismo y se despierten de una vez para alcanzar un territorio espiritual transpersonal y colectivo, un territorio superior marcado por la verdad y la consciencia, una visión nueva, íntegra y holística.

Para ello es necesario volver a conectar con la espiritualidad, con la parte interior y espiritual de nuestro ser que durante tanto tiempo ha sido descuidada y dejada de lado.

¡Necesitamos un renacimiento espiritual y cultural! ¡Reencontrar la dimensión espiritual de nuestro ser!

Se trata de emerger: un cambio que comienza desde la misma base. Cuando un número suficiente de individuos interacciona y se organiza, el resultado es la inteligencia colectiva, incluso cuando nadie está al mando.  Este es un fenómeno que, de acuerdo con Steven Johnson, sucede a todos los niveles de la experiencia y cambiará por completo la forma en que vemos el mundo.

Sin embargo, la cuestión es: ¿Es posible que un número suficiente de individuos abran los ojos para volver a celebrar la vida una vez más, a disfrutar del encanto de la naturaleza, a vivir en conexión y trabajar juntos, a entender que la diversidad es básicamente una oportunidad?

¿Cómo podemos ponerlos en movimiento e inspirarlos para que vuelvan a asumir la responsabilidad de sus propias acciones, pensamientos y emociones, e invertir la tendencia de la sociedad hacia la auto-destrucción desatando el potencial de su creatividad y pro-actividad?

¡Estimulando su creatividad (cultural)!

El proceso creativo consiste en emerger a través de la acción creando un nuevo producto relacional, resultante de la singularidad de cada individuo, por un lado, y de los materiales, acontecimientos, personas o circunstancias de la vida, por otro. La creatividad parece ser el resultado de la tendencia del hombre a renovarse a sí mismo y alcanzar su potencial (Carl Rogers).

La buena noticia es que todos tenemos un potencial de realizarnos infinitamente superior a lo que creemos.  Simplemente hay que volver a activarlo mediante un cambio de sintonización, un cambio de perspectiva y una transformación interior.

El arte, en tanto que comunión de dos almas a través del lenguaje simbólico de la forma y el contenido, debe desempeñar un papel esencial en la transformación y transfiguración de todo nuestro ser y a la hora de acceder a los territorios visionarios del significado y del ser todavía por explorar.

La cultura y la educación basadas en la espiritualidad también tienen una enorme importancia a la hora de inspirar a las personas para que sean conscientes de nuestra frágil interdependencia global y consigan alcanzar la verdad transpersonal.

¿Espiritualidad?

La buena noticia es que la espiritualidad no continúa restringida a un círculo exclusivo de unos pocos seres ilustrados y felices, gurús o religiones formales.

Se están produciendo un despertar y una revolución espiritual tanto en las sociedades occidentales como orientales en forma de contracultura. Sin embargo, esta contracultura se irá convirtiendo paulatinamente en la norma, conforme vaya venciendo los tabús culturales dominantes que han acallado o minado durante mucho tiempo la pasión por la práctica y el comportamiento espiritual en la vida diaria.

Dado que la política no ha logrado convertirse en ese rayo de esperanza y significado para tantas personas; dada su incapacidad para resolver ninguna crisis (por extraño que parezca, la crisis mundial parece haberse convertido en la norma), más y más personas se dan cuenta de que nuestra responsabilidad individual (que surge de nuestro interior y no como consecuencia de factores, circunstancias o poderes externos) es asumir y apropiarnos de dicha responsabilidad para poder alcanzar la felicidad en vida.  No podemos permitirnos continuar, impasibles, poniendo nuestro porvenir en las manos de gobiernos, instituciones e incluso negocios y esperar que todo salga lo mejor posible, ¿o sí? Al fin y al cabo, la vida, el bienestar y la felicidad dependen de nosotros, de lo que hagamos con nuestros conciudadanos.

El pictograma chino para crisis representa de forma concisa y fidedigna la idea del emerger espiritual.

Está formado por dos símbolos básicos o radicales: uno de ellos significa «peligro» y el otro «oportunidad». (Stanislav y Christina Grof).

¡Aprovechemos plenamente esta oportunidad y superemos el miedo, el odio y el peligro!

La buena noticia es que todos disponemos del potencial intrínseco para experimentar nuestra verdadera identidad que se encuentra más allá del ser individual, no-dualista en esencia, e integra distintas dimensiones de nuestro ser: la física, la emocional, la racional y los sutiles mundos psíquicos.

Sin embargo, la clave es recordarlo, aceptarlo y entrar en armonía con ello, desde dentro y para volver a vivir proactivamente los valores espirituales como la paciencia, la honestidad, la integridad, la autenticidad, la humildad como un servicio a los demás, el perdón, la generosidad, el agradecimiento, el silencio, la compasión, la fe interior, la alegría, la admiración, la belleza, el misterio, el asombro, la tolerancia, el amor…

La espiritualidad no es un concepto, un marco teórico abstracto que puede comprenderse racionalmente y tampoco puede reducirse a una simple definición normativa.  La espiritualidad no es religión. Es un viaje a nuestro interior basado en la experiencia y que se rige por una serie de valores, una búsqueda sin fin de significado, de propósito, de una interconexión intercultural a múltiples niveles y de trascendencia.

En resumen: la espiritualidad no es nada más y nada menos que el saber cómo vivir en paz, amor, armonía y belleza y en sintonía con uno mismo (no con el ego), con los otros, con la naturaleza y lo trascendental.  Esa es la belleza del amor y la felicidad verdaderos.

La espiritualidad y el fundamentalismo son extremos opuestos del espectro cultural.

La espiritualidad trata de establecer una relación delicada, contemplativa y transformadora con lo sagrado, algo que está volviendo a surgir con fuerza en las sociedades contemporáneas.

La verdadera responsabilidad, la verdadera respuesta, consiste en preservar una cierta incertidumbre en esta búsqueda, durante la cual el respeto y la dignidad del misterio son esenciales.

El fundamentalismo aspira a la certeza, a respuestas inequívocas y absolutas como reacción ante a la complexidad de nuestro mundo y nuestra vulnerabilidad en tanto que criaturas de un universo misterioso.

La espiritualidad surge del amor y la cercanía de lo sagrado y el fundamentalismo tiene su origen en el miedo y la posesión de lo sagrado.

La elección entre espiritualidad y fundamentalismo es una elección entre la intimidad consciente y la posesión inconsciente (David Tracey).

La buena noticia es que la interdependencia, el compañerismo y el aprovechar positivamente los conflictos (frente a la explotación despiadada, la manipulación y la falta de unidad) se han convertido en el camino hacia la realización propia en nuestro planeta completamente interconectado.

¡Por lo tanto, es necesario un cambio desde el corazón, una transformación y transmutación sistémicas y completas tanto de nuestra identidad como de nuestras acciones!

No sólo la religión (que proviene de la palabra latina religio que significa conexión, unión con el origen o la raíz de la que provenimos) tiene que ver con las relaciones: todas las actividades humanas conllevan el establecimiento de relaciones fuertes, duraderas y verdaderas.

Por lo tanto, ya no sólo se trata de la economía (algo estúpido), se trata de las relaciones, los seres humanos y las relaciones humanas.

Es aquí donde la espiritualidad demuestra un gran valor añadido al restaurar el significado y la determinación en un mundo que se ha transformado, de acuerdo con la percepción de muchos, en una existencia espiritualmente pobre, desmitificada y sin sentido.

Una vez más, la buena noticia es que la terminología espiritual está cada vez más presente en las agendas de los políticos al más alto nivel. Entre otros, el desarrollo, la visión, las necesidades, los valores y el entorno espirituales son todos ellos rasgos de una tendencia emergente: necesitamos desesperada y urgentemente nuevas formas de relacionarnos entre nosotros, nuevas formas de desarrollar relaciones profesionales, nuevas formas de trabajar juntos para ir avanzando hacia el bien común. También necesitamos desesperada y urgentemente un lenguaje, unas herramientas y un vocabulario nuevos para describir nuestra transformación y compartir la forma en que la entendemos con los demás (Andy Tamas).

Otra buena noticia es que el mundo empresarial está comenzando lentamente a adoptar e incorporar la espiritualidad en su enfoque de negocios.  

Su valor añadido es que la espiritualidad, en tanto que experiencia interior de una interconexión profunda con todos los seres vivos, sirve para distanciarse de las presiones del mercado y las rutinas empresariales existentes.

La espiritualidad desempeña un papel central en la transición hacia una economía poscapitalista, construida sobre valores y el conocimiento al integrar la transformación de los medios y la transformación de valores y preferencias (Luk Bouckaert y Laszlo Zsolnay).

¿No va siendo hora de que la sostenibilidad, la espiritualidad y la ecología aúnen también sus fuerzas para contar una nueva historia y compartir modelos funcionales en los que poder vivir juntos en amor, armonía y belleza?

¡Sólo podemos alcanzar una vida ecológica y verdaderamente sostenible a través de la espiritualidad!

Si la sostenibilidad no presta atención al misterio, el espíritu y la espiritualidad, no es más que una calle sin salida puesto que esencialmente se limita a ignorar quienes somos…

Por tanto, la pregunta clave es: ¿puede la sostenibilidad funcionar sin valores espirituales subyacentes? O ¿está el éxito de la sostenibilidad ecológica intrínsecamente unido al desarrollo, la práctica, la disciplina y el cultivo de valores espirituales? (John E. Carroll).

¡En última instancia, esto se traduce también en la necesidad de un liderazgo espiritual nuevo, verdadero y visionario!

La esencia de esto último ha sido puesta de manifiesto por el Uomo Universalis húngaro Sándor Weöres: “Para convertirse en un ser humano de verdad, la esencia de quién eres, vuélvete hacia tu interior, explora tus profundidades y transilumínate, y entonces proyecta tu luz interior sobre los que te rodean y sobre tu entorno.”

¡Brillemos y actuemos juntos para hacer y SER la diferencia, para SER nosotros mismos!